En Asturias, el estado de las cosas materiales se mide por una escala que va desde lo ruin (cutre) a lo curioso (bien hechito). Las casas del poblado de Perlora, Ciudad Residencial, no eran curiosas, eran curiosísimas. No exagero ni un poco. Exagerada es la pena que da ver el estado tan ruin que tiene ahora todo.

Cada cabaña es de su padre y de su madre, aunque algunas sí que son primas. Se inauguraron en 1954 en un área junto a los acantilados que dan al Cantábrico en el ayuntamiento de Carreño, cerca de un pueblo que se llama Candás. Detrás de su construcción está el Sindicato Vertical. Te aviso para que cojas el idealismo y la nostalgia con ciertas pinzas. Esta verdad no se va, por mucho que mucha gente fuese feliz aquí. Que lo fueron.


Perlora es la versión asturiana del pueblo de aquella película de Florence Pugh y Harry Styles en la que el reparto casi acaba a palos. En Asturias, con la industrialización, las empresas mineras construyeron muchos poblados al estilo inglés para sus empleados. La idea era cubrir las necesidades materiales de las familias para que la gente pudiese progresar (sin flaquear, por un segundo, de su lealtad a La Empresa).


Algunas empresas, además, abrían economatos que ofrecían productos de mercado a precios populares. Estos pequeños núcleos obreros iban estructurando la vida de las familias alrededor de la actividad minera. Las empresas ayudaban a vivir para producir. Los empleados y sus familias vivían agrupados e iban creciendo juntos.
Lo de Perlora es distinto: en primer lugar, porque no era un poblado para los miembros de una empresa concreta. Aquí llegaban obreros de distintas entidades (Hunosa, Ensidesa…). En segundo lugar, porque la promoción era pública (aquí las pinzas). Y, en tercer lugar, porque nadie estaba allí para trabajar ni producir. Si te asignaban una de las casas para pasar quince días (había que apuntarse a una lista), no tenías que hacer nada más.

Las instalaciones estaban listas para llegar y descansar. Aquí descansó mi abuela: nadie cocinaba en casa. Todos los vecinos (temporales) comían a pensión completa en varios turnos de comedor. Había un hotel, algunos bares y acceso a la playa. Los jardines estaban segados y mantenidos. Tenían una iglesia y hacían Misa los domingos. No había un supermercado, pero sí juguetería y kiosko.
Me dicen fuentes directas (mi abuelo) que luego, en función de quien fueras, podía tocarte una vez o catorce. Ya te dije que lo cogieras con pinzas.

Mi generación no se cansa de debatir sobre si la nostalgia es reaccionaria. No te mando esta carta para resolver todo esto: mira, chica, yo qué sé. Yo sé que me inquieta ver estas casas. Me alucinan los colores quebrados de la pared. Las de color rosa chicle son mis favoritas. En una hay una pintada que pone Louis Tomlinson. Algunas recuerdan a un hórreo asturiano y otras parecen cabañas suecas. Vienes un Viernes Santo y ves a la gente hacer picnics entre la hierba que lleva años sin segar. Que hay otras áreas segadas. Pero ellos se ponen ahí.


Oficialmente, el poblado no cerró hasta 2006, pero fue quedando abandonado según iban pasando los 80. El kiosko está cerrado, así que sólo me llevo preguntas. ¿Qué diferencia hay entre esto y el viaje anual a Croacia con el que venden la moto las start-up? ¿Sería recuperar el poblado volver a una nostalgia que no conviene? ¿Queda alguna opción de ocio para familias trabajadoras que no dependa 100% de consumir o de tener propiedad privada? Si viene alguien y abre un hotel, ¿sería un final feliz para todo esto?


No tengo respuesta para ninguna de estas preguntas, pero la que me trae de cabeza es otra. ¿Cómo de curioso tenía que ser todo esto para aguantar bajo el viento y el sol en un estado tan ruin?
Encantoume esta historia curiosísima, pero tan certa: abandono rural, falta de opcions de recreo que non impliquen consumo… normal sentir nostalxia, aínda non sabendo do que