Esto no es una historia sobre empresas emergentes. Garagem Sul es un centro de exposiciones sobre arquitectura en un garaje de Lisboa. No es un museo, el museo está encima (y es el Centro Cultural de Belém, y tienen una exposición sobre Paula Rego, y no vamos a hablar sobre ello, porque no fui). El garaje luce industrial, prima el hormigón con toques de blanco. No hay ventanas, es un sótano. Vamos, que si retiran los paneles efímeros, vuelves a estar en un garaje.
Este verano, el garaje alberga la exhibición “Sala de Aula, un olhar adolescente”. Hablan de clases de instituto, de cómo su diseño marca la vida de los adolescentes, de cómo podríamos buscar hacerlas más amables y de cómo, a su manera, pueden llegar a cambiar vidas. También de cómo este lugar desaparece durante la pandemia y de cómo condiciona eso el salto a la plaza pública de los que se lo han perdido.
A lo largo del recorrido, te muestran casos de estudio de distintas escuelas alrededor del mundo (rurales, ecológicas, asamblearias…). Incluyen muchos detalles que ya son café para cafeteros, pero es fácil seguir el hilo sin tener conocimientos técnicos. La premisa es clara: un buen escenario en el que aprender puede mejorar una vida. La pregunta es cómo tiene que ser ese espacio para que esto sea así.
Garagem Sul es todo lo contrario a los suelos de cristal de su primo sueco ArkDes: el espacio no es intencional, en absoluto. A cambio, ganan total libertad para colocar sus exhibiciones, jugar con el área y crear tantas salas como quieran según vayan necesitando. Lo que supone, entiendo, su propia respuesta a la pregunta que plantea la exposición. Donde se puede jugar, se puede aprender.
Suele pasar que una buena pregunta nunca tiene una sola respuesta. Así que del garaje no sales sin dejar la tuya propia. Los curadores de la exposición han habilitado una pared y una pila de fotocopias para que cada visitante explique en su idioma cómo recuerda su clase de secundaria.
Nunca pensé que la historia de la mía, con aquel sillón pulgoso que los niños rescataron de la basura, acabaría en un museo en un garaje portugués. O igual sí. Cómo no iba a dar aquello tan surrealista una nueva vuelta de tuerca doce años después.